Y allí estaba, una vez más, compartiendo mi destino con las paredes que, por capricho del azar, no terminaban de acobijarme. Sinsabores de novato, eran las únicas experiencias que me había dejado vivir ya, apenas comenzaba a tomar conciencia de mi ser en la quietud de mi nuevo hábitat. Una tormenta de sorpresas, algunas agradables y otras no tanto, que ya se alejaban dejando paso a la calma de saberse autosuficiente para afrontar los inconvenientes.
Sueños de libertad y calma, paz espiritual y tranquilidad, materializados en esos ambientes, tan pertenecientes al ámbito urbano como cualquiera de los otros. Ambientes que no distinguen de piedades ni sentires, pero que contienen a quien así lo desea. Ambientes llenos de nada, densos de aire por llenar, con mil recobecos que invitan, seduciendo los sentidos, en el fino arte de saber aprovecharlos.
El reencuentro con mis cosas, aquellas que días atrás había relegado por el éxodo forzado por las corporaciones, fue reconfortante, como todo golpe de familiaridad con el entorno. Volver a sentirse cómodo, volver a reconciliarse con todo lo que recién comenzaba a domar, volver a sentir que el control de mi presente me pertenecía completamente... volver, en definitiva, a casa...
Es por eso que, una vez más, nacen nuevas metas, nuevos objetivos, nuevos panoramas de progreso, basados ahora en la estabilidad de ser y estar en donde elijo hacerlo, continuando con el objetivo de crecer como persona, liberando las riendas que siempre sujetan a los perdidos soñadores de paraísos utópicos sin sentidos reales, los eternos soñadores, como yo también aprendí a ser.
Por eso, a riesgo de parecer apresurado, me arriesgo a decir... "hogar, dulce hogar"
martes, 31 de agosto de 2010
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