Los humanos somos seres sociales. Ya desde épocas milenarias, nuestros primarios progenitores se reunían para compartir sus nómades actividades. Luego, llegaría una asociación social más íntima, para sedentarizar sus vidas, en pos de un establecimiento físico puntual... Tribus primero, minúsculos pueblos poco más tarde, abundantes poblados, ciudades independientes, y finalmente imponentes y sofocantes metrópolis urbanas. Todo el camino social humano, muy simplificado.
Pero lo triste ante este gran avance de nuestra forma de convivir en sociedad (más especialmente, en estas inmensas sociedades modernas), es que las masas se han vuelto demasiado alterables por los estímulos externos, en función de buscar pertenecer, de ser ese grano de arena que forma pequeña parte de las multitudes urbanas, sin distinguir realmente si vale la pena o si tiene sentido ser uno más del rebaño.
Las presiones económico-multimediales icónicas sociales, los manejos de los medios del poder, las discriminaciones por todo y contra todo, el infartante stress traumático, la contaminación, el miedo a ser pegado al terror de no ser, la indecencia de lo honesto, el lavado cerebral multinacional, la demolición de identidades, folklores importables, la imágen distorsionada de lo que somos, vivimos y queremos llegar a ser... todos grandes males de estas sociedades modernas.
¿Dónde quedó el valor del honor y la palabra? ¿Dónde están nuestras raíces, y cuanto ocupa nuestra patria dentro de nosotros? ¿Por qué aquellos diferentes a nosotros no deben ser felices? ¿Y qué fue del orgullo de aquellas mujeres que, lejos de ser figuras modelos, son y aceptan alegres su propio ser? ¿Es verdad que el dinero asesina más que cualquier otra cosa en el mundo? ¿Se puede ser igualmente valioso, sin consumir la basura con la que nos alimentan?...
Podría seguir alargando indefinidamente el mix de preguntas que seguramente pocos podrían responder, o al menos, responder sin cunsultarle a otros. Pero no tiene sentido preguntar, ni preguntarse, cuando la enagenación, la distorsión de conceptos y el contínuo lavado de cerebros demostraron ser exitosos... o al menos, mucho más exitosos que nuestros deseos propios de ser por ser, y no de ser por parecer.
Por eso, detengámos esta rueda loca que nos marea. Pensemos, desistamos del vértigo alocado del tiempo de hoy, permitámonos sentir y ser, saber y apreciar lo que somos como humanos, como personas, como individuos con sentido común e identidad...
viernes, 6 de agosto de 2010
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