jueves, 9 de septiembre de 2010

Arena y sal

Vuelvo a la playa que siempre sueño,
lejos de la jungla de cemento y su denso aire.
Libre de tiempos y espacios, dominio del mar,
me recibe la brisa cargada de arena y sal.

El sol baña la dorada e infinita costa.
Panorama dominado por mi propio deseo,
impoluto el cielo, imponiendose a la vista
del que disfruta de ver sólo arena y sal.

Perdido en mis sentidos, desorientado,
exhausto de andar caminos de grava molida,
harto del monte, harto del desierto,
me refugio aquí, rodeado de arena y sal.

Respiro profundo, exhalo mis pesares
bajo un árbol amable que me regala su sombra,
seducido por el susurro del incesante oleaje
me recuesto en pequeños médanos de arena y sal.

De repente la aparición de una nave, lejos
donde la vista no ve más que comparaciones,
"tal vez vengan por mí, celosos de mi paz,
a desterrarme del paraiso de arena y sal".

Desembarcan finalmente los navegantes
foráneos, inmigrantes en mi playa de ensueño.
Se ven curiosos, como sedientos de inquisición,
a preguntarme qué hago entre tanta arena y sal.

"Cómo puede alguien conformarse
únicamente con la inmensidad que lo rodea,
mire hacia donde mire, un paraíso desierto,
sólo veo mar y playas, cubiertas de arena y sal".

Y ahí comprendí que el secreto,
la verdadera razón del entorno, hoy cuestionado,
es que, por más que sea simple y sea poco,
vivo lo que quiero, un sueño de arena y sal...

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