martes, 10 de agosto de 2010

Nuevo amanecer soleado

Es raro. Los amaneceres se ven diferentes al despertar rodeado de nada, acompañado tan sólo por todo aquello inanimado, que junto al tiempo fuimos acumulando y aprendiendo a valorar. Ninguno de estos objetos te saluda, ni te observa... es más, ni siquiera respira. La luz del dorado astro se escurre lentamente entre las estrechas rendijas de las persianas, logrando penetrar, ganando minuto a minuto mayor espacio en cada terreno expuesto a su lenta invasión.

El canto de los pájaros afuera acompaña, con un alegre y resonante trinar, el despertar de quien sucumbe a los encantos de despabilarse durante el nacimiento del día. La tibia brisa matinal comienza a burlarse de las ventanas, filtrándose entre los burletes de goma, y acariciando todo aquello a su alcance. Mientras, la cara sigue mostrando su disconformidad con despertar, pero igualmente, no reniega de la cálida caricia.

Levantarse, con el cuerpo de plomo que de a poco se aligera. Explorar alrededor, gracias al silencioso invasor que ilumina cada vez más la habitación, y ver el entorno, reconocer lugares, momentos, tiempos y espacios que hasta hace poco eran muy diferentes. La calma reina el momento, no hay sobresaltos para quien se debate entre comenzar con su actividad o continuar el descanso.

Es ver que el silencio esta presente en todos lados, en cada uno de los rincones, y que la música de la naturaleza se refugia afuera, con voces bajas, recordandonos qué es el sonido. Mientras tanto ya estamos levantados, y la sangre regulariza su circulación, readaptándose a la posición vertical, erguida, que a los humanos tanto les ha tardado adquirir. Una vez más, otro capítulo comienza a escribirse, solo que esta vez nadie nos alcanza la lapicera.

En fin, pese a todo... uno más, es un nuevo amanecer soleado...

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