Nada de eso importó. La fiesta se preparaba, una vez más convocando amigos y no tanto, conformando ese grupo especial de seres renegados a ser descubiertos por la euforia comercial que se vive en nuestros días. Flujo de arte, mezcla de música y letras, calidez humana, sensaciones fraternales y amistad en el aire... ingredientes del cóctel que se prepara en este tipo de eventos.
Convenientemente distribuídas, las obras eran expuestas por los eruditos urbanos de la materia. Dedos ágiles, con sus correspondientes oidos certeros, dotados del buen gusto que sólo el tiempo y la experiencia en el arte de la música suelen regalar, endulzando tímpanos, generando arte ajeno revitalizado, hoy hecho tema instrumental, con ayuda de esa fiel compañera, llamada "guitarra"... Ya nada quedaba en las mentes sobre el hostil clima de la noche otoñal.
El rincón literario, origen, motivo y causa de la cita en cuestión, se hizo oir entre voces en silencio, acalladas por el respeto a la materia, a la experiencia, al arte cotidiano que se envuelve por mantos de palabras, todas entretejidas en el telar de la mente poeta y soñadora. Relatos que plasman realidades, sueños de juventud, críticas a la vida moderna, y tantas otras cuestiones de lo más variopintas, resonaron en el clima familiar del lugar.
Finalmente, la noche termina. La asistencia se disipa lentamente, retomando el camino hacia sus respectivos hogares, o a donde se constituyan mejores planes para matizar la noche gris... dependerá de quién se trate, pero no importa ahora, sólo de un detalle de trata. Y mientras vuelvo a casa, caminando solitario entre la bruma, acompañado por la medianoche, rememorando lo vivido, sólo me surge una única frase:
"¡Qué lo parió!... que lindo salió todo..."
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