miércoles, 9 de junio de 2010

El juicio equivocado

Nunca imaginó en qué decantaría lo que hoy vivía. En ese lejano momento, en el que se autoidentificó bajo pedido y ofrendó la llave de acceso a su persona, no hubo ningún tipo de suspicacia que previera lo que estaba por venir. Notable falta de atención, casi por inocencia, fue aquella, pero que afortunadamente no le generó ninguna desgracia, sino todo lo contrario.

Pensar que sus aleatorios destinos se habían cruzado en circustancias tan volátiles como el tiempo mismo, me hace confirmar lo caprichoso que es este universo, y cómo juega con nosotros. Aquella vez sólo bastó con un par de intercambios de palabras, mientras se encontraban rodeados de amenas compañias, tan comunes como desconocidas para ambos, dentro del recinto introductorio a la siguiente fase académica que afrontarían.

De todas maneras, gracias a una de las múltiples y delicadas curvas que las vidas sinuosas suelen tener, se produjo el encuentro nuevamente. Esa vez, el ambiente relajado del anochecer siguió de cerca la charla, y mientras iba cubriendo de noche el cielo, vigilaba celosamente que la trenza de palabras no llegara a su fin. Miles de sonrisas afloraron durante ese rato común que, ya a sabiendas, tenía sus minutos contados.

Desde entonces, la luna se dispuso a regalarles su mejor noche, en complicidad del astro rey, quien le cedería los cielos eternos cubiertos solamente de inmensidad, dejando que las estrellas ganaran terreno y ocuparan esos pequeños huecos que sólo ellas pueden cubrir. El majestuoso firmamento, profundo, infinito, todopoderoso, bautizaba sus frentes firmes y lisas, reflejo de su sana juventud.

El brillo de los ojos de quienes caminan juntos y alejados del mundo, iluminaba más que cientos de luceros. Pero entonces, el insano grito de quien duerme en lo profundo del cerebro deseando no despertar, se hizo oir entre el dulce sopor de la noche. Algo lo había despertado, lo inquietaba, lo molestaba. Ese sentir que nos previene de un error solamente en instantes, mostró su peso, su verdadero poder de disuadir a costa de todo.

Tal vez su costumbre de ceder ante su inestable inquilino lo forzó, o quizás fue algo más pero que ciertamente no pudo determinar nunca... La velada que lo abrazaba, contenía y esperaba que terminara de entregarse al mágico sueño, se convirtió de golpe en cuenta regresiva antes de escapar. No había estrellas, luna, magia, noche, entorno... nada de lo que vivía era reconocible.

Todo termino. La sombra que logró colgarse de sus hombros finalmente venció a la tímida ilusión de un mañana por partida doble. Punto irreversible, capaz de enfriar al más vigoroso de los fuegos. El juicio había comenzado, y el veredicto y condena se publicaron en centésimas de segundo... con el único detalle que no era lugar ni momento... de hecho, era el juicio equivocado. Obviamente, lo supo después, cuando ya era tarde para lamentos.

Hoy en día, a veces lo oigo sollozar suavemente entre rincones, lamentándose incontables veces las situaciones y sus resoluciones, reprochándose miles de cosas en pocos pares de segundos. De nada le sirve, y lo sabe, pero se asegura de aprender, entender y recordar por siempre que la vida es una sola, y cada sueño que nos negamos, toma la forma de una piedra atada al cuello, impidiéndonos avanzar por donde poco antes fuimos capaces de ver el camino correcto.

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