Siempre es lo mismo; un año le sucede al otro, formando una cadena que decidimos llamar tiempo (bah, tal vez sea "estrechar" demasiado el concepto de TIEMPO, pero bueno, esta vez vale, total, el año ya termina, jeje...).
Un año muere, dejando en nosotros infinidad de cosas, de cambios, de experiencias, de sabiduría y aprendizaje, de revelaciones impensadas, de nuevas realidades imperturbables, de mágicos y cálidos momentos, de frías y cercanas decepciones... en fin, de todo un poco. Y el año que está por comenzar contendrá igual cantidad de novedades similares listas a ser vividas.
Pero entonces... ¿qué hace que la transición entre años sucesivos siempre sea un evento que tantas sensaciones revive, si al fin y al cabo nuevamente el ciclo se repite?
Simple... si hay algo que se mantiene a través del paso del tiempo, es la esperanza de un mejor porvenir. Más y mejor salud, más y mejor trabajo, más proyectos a futuro, más sueños, más ilusiones, toneladas de sensaciones de tintes polirrúbricos, y todas apuntando siempre a un blanco común y fundamental, basado en una sencilla premisa: "el año que viene va a ser mejor". Y es que el ser humano siempre apunta a mejorar, es un rasgo distintivo omnipresente en nuestra vida; y está bien que así sea. ¿Qué sería de nuestras vidas, sin la carga ilusoria de un mejor destino? ¿Qué nos diferenciaría de una fría maquinaria social, integradas por millones de "engranajes" desalmados?... Sin ese suspirar, sin ese soñar con la utopía posible de un gran futuro próximo, sin ese brillo que sólo el luchar por algo mejor le da a nuestras vidas, no seríamos diferentes a una estrella de mar, un gorrión, una ameba o un sencillo gusanito.
Por eso, no festejo por un año nuevo, no no... Alzo mi copa por el renacimiento de ese "container" lleno de la magia que toda esperanza envuelve, y que sólo algo como un "Año Nuevo" logra hacernos recordar.
Miles de proyectos, de sueños... incontables deseos, de todo tipo y forma, nos vuelven a llenar de golpe, y nos recuerdan que aún estamos vivos y de pie, nos recuerdan cuáles son nuestras armas y fortalezas, nos muestran el camino a seguir, y nos dan ese primer empujoncito inicial para que nos sumerjamos de cabeza a un nuevo mar de tiempo.
Asi que, ¡bienvenidos sean al 2010!
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