Era tarde, apenas pasadas las 8 de la noche; no lo recuerdo exactamente, y tampoco era un dato realmente valedero. Mi mente no terminaba de digerir lo que, tan solo en breves instantes, estaría por suceder. La dejaría allí; seguiría mi camino, aquel que antes pretendía recorrer junto a ella, pero ahora sin su cuerpo junto al mio. La sola idea de perder sus curvas me enloquecía.
Recuerdo exactamente ese escalofrío que recorrió mi espalda, al momento de concebir por primera vez esta posibilidad. La certeza de que por mucho que lo deseara, la distancia que me separaba de ese momento, siempre sería mucho menor de lo que quisiera. El recurrente pensamiento al respecto. La teatralización una y otra vez en mi mente de lo inevitablemente predecible. Las reacciones, los movimientos, los sonidos... todo había sido imaginado en un sinfín de posibilidades, ninguna de ellas demasiado alegre.
La intensa marea de emociones, en orden, prioridad y presencia totalmente aleatorias, me abrumaban. Nada de lo que veía parecía mantener su color, su brillo, su encanto natural. No parece posible que el mundo vuelque en un segundo, y sin embargo, quedé convencido de que así fue.
Y al fin llegó... Ese final, que tanto tiempo llegué a temer, me embistió como un tren, cuyo curso se mantiene eternamente inalterable. Era el momento en el que tiempo se deforma, para que un solo segundo se aferre como una inmensa eternidad. Y curiosamente, es tal vez el hecho de que el tiempo no se detenga, aquello que nos reesperanza, que nos hincha el pecho, pensando en un pronto reencuentro.
Decidí terminar con la animación suspendida en la que parecía estar inmensa esa realidad; no podía seguir tolerando esa atmósfera enrarecida, poblada de espesas nubes de incertidumbre. Di media vuelta, y lentamente comencé a caminar en sentido contrario, intentando no voltear a mirar, luchando por contenerme para no regresar sobre mis pasos, e ir a buscarla frenéticamente.
No se cómo, pero lo logré; retomé el control sobre mis extremidades y emprendí sin remedio el regreso al hogar. Sentía mis hombros libres, como quien se descuelga una pesada mochila sostenida por demasiado tiempo.
Era de noche, cuando llegué finalmente a mi casa, aún sin haber podido recobrar la conciencia... Algo se había roto en mi interior; ese sueño original e ingenuo de estar juntos por siempre ya no estaba ahi, y su desaparición solo causaba una profunda sensación de vacío... ese vacío inexplicable, físicamente inexistente, pero que se hace notar en lo más profundo de nuestro ser.
Y entonces, cuando parecía que la noche seguiría oscureciendo indefinidamente, llegó ese mensaje tan esperado, aquel con que había estado soñando todo el camino hacia casa. Estaba seguro de eso, era el indicio y a su vez la seguridad de nuestro futuro reencuentro. Este mensaje decía:
"La viola no tiene nada; para mañana al mediodía esta lista, va a quedar re pistera..."
Menos mal, pensé que se iba a demorar más el luthier...
viernes, 20 de noviembre de 2009
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AMÉ este texto.
ResponderEliminarFin del comunicado (?)