Sinuosa tu silueta, franca y esbelta, tan ligera como impresionante, estilizada y perfecta. El curvilíneo atractivo de aquello que la perfección intenta imitar sin poder conseguirlo. El tacto de tu cuello, firme y seguro, tan sedoso como el más fino de los géneros. Tus rizos oscuros, dibujados por el tiempo y el azar, fruto de años de sano crecimiento, son una de tus muchas pruebas de belleza.
El brillo de tu piel, la cubierta más resplandeciente que semejante cuerpo podría tener. La picardía de tus recobecos y la simpleza de tus movimientos, terminan de remarcar los agudos sentires de tu fino pero asequible estirpe de encantos. Todos esos atributos que hacen que no pueda dejar de mirarte, pensando sólo en el próximo momento en que mis brazos te abracen para oir tu agraciada voz.
Pensar que desde la primera vez que te vi supe que tenía que conocerte... Eras esa medalla que tenía que conseguir, lo sabía sin realmente entender el porqué, sólo siendo consciente que la magia estaba ahí, esperando que nos encontremos para darle un sentido a esta historia que no había empezado aún, pero que tantas páginas había comenzado a escribir.
Y así fue que nos cruzamos. Rodeados por barullo capitalino, y por multitudes de seres que, como nosotros, se buscan para contar cuentos que nacen desde lo más profundo del alma. Te vi a lo lejos, entre tantas otras, eras una más en la reunión, pero no para mi. Mis ojos, tu belleza, mis brazo, tu cuerpo y tu voz... "Venite conmigo", recuerdo que fue todo lo que llegué a susurrarte.
Comenzó entonces nuestra historia juntos, guitarra querida... y espero que no se te olvide...
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario