Todo en el trabajo es rígido. Esa es la concepción que, a priori, tenemos de nuestro entorno laboral. La inflexible rigurosidad de nuestras relaciones interpersonales parece ineludible. Hablar con un jefe pasa de ser solamente una charla a ser una batalla de ideales, de despliegues pirotécnicos de palabras que pelean silenciosamente por llegar mas alto que las de nuestro interlocutor.
Solemos olvidar que los que nos rodean son seres humanos, con riquezas y miserias, con tantas bondades como porfiadas actitudes, tan humanas, tan normales como el sol o la lluvia. Son gente como cualquier otra, que lamenta tanto como uno ser cautivo de este sistema que nos amarra a todos, observándonos luchar por mantenernos a flote en este caldo de rutinarias obsesiones.
Es un reto llegar a comprender, entender y asociar la idea de que esos mismos seres que nos rodean en una competencia salvaje, como lo es el ambiente laboral, que nos envuelven entre las rígidas tramas de las responsabilidades, sujetando y asfixiando, también tienen deseos de ser y de crecer, de comprenderse con gente afin, de escuchar y ser escuchado, de no sentirse solos en este lugar que a todos nos oprime a la obediencia jerárquica.
Y es por todo eso que hoy tímidamente comienzo a comprender, que cada día la comodidad aumenta, pese a las mayores presiones, mayores responsabilidades, mayores compromisos y en menores tiempos... todo se diluye y se redibuja cuando se encuentra con la causa raíz de todos los actos: son solamente seres humanos que los llevan a cabo...
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