Aquel extenso huerto,
un semillero de ilusiones.
Sigue llamando al sol
aquel rosedal floreciente
que no brindas, que no entregas.
A penumbras condenas
el éxtasis de sus pétalos,
urgiendo por el regadío
intacto de mis sedes
que no ceden, que no calman.
Más el viento los peina
y escucha sus pesares,
recayendo en los oídos
del sembrador prohibido
que no llega, que no puede.
La condena del desierto,
un fantasma, una chance,
será premio y castigo
al gris sembradío
que no suda, que no llora...
jueves, 2 de agosto de 2012
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