Eterno silencio. Los segundos pesan, duelen, arden. La callada espera por aquello que soñamos detener inconscientemente transcurre en una agonía de tiempo. Lo irreversible, lo inevitable, sólo se limita a llegar a cobrar su recompensa, mientras absortos contemplamos el macabro arrebato. Un arrebato anunciado, dignificado por lo convencional de la mera existencia. El día de pago ya está aquí.
Aquellos que parten, pasando a conformar las huestes de lo inmaterial, sólo son mensajeros del etéreo, recordandonos vilmente la cruda antinomia de la vida y la muerte, sonriendo al tiempo restante y contemplando los entornos que se desvanecen. Traen, mientras gritan, sublimes pero miserables señales de lo inexacto de la existencialidad humana, destinada a la ausencia de un destino.
Dejando por detrás esa estela de tristeza y desasosiego, se limitan a dejarse extinguir, acarreados por el infinito intangible de lo incomprensible. Y tal vez seamos nosotros quienes, en un brutal rapto de egoísmo, tan irreprochable como predecible, tratamos de anclar su escurridiza esencia en la nuestra, como deseando amarrar una mosca con una cadena.
Es entonces donde las escenas reaparecen. La perfecta teatralidad de las incontables sensaciones pasadas, partes ya de la historias que desencarnan en el deceso, o la emulación de los porvenires que parecen incompletos... quizás el recuerdo de incontables instantes que ya no son más que modesta virtualidad... Tantas cosas, tantas para pensar...
martes, 3 de mayo de 2011
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